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CAFE MACCHIATO Y OCIO: ¿HA MUERTO EL TIEMPO LIBRE? (FINDE 4 JULIO)
El tiempo libre ha muerto
Prado Campos. elpais.com
El ocio ha muerto. El ocio anhelado, el tiempo libre ansiado, son eso, deseos. Lo cool ahora es asumir la pose de no-tengo-tiempo-para-nada, el no-me-da-la-vida, el necesito-días-de-más horas. Es el busier than thou (más ocupado que tú; un juego de palabras con el Holier than thou inglés). Y la historia no es que esto se haya convertido en nuestra realidad, que también, sino que vivir estresado está de moda e implica estatus. Estar abrumado por el exceso de trabajo es algo así como una insignia de honor. Así hemos visto que actúa EE UU y así se lo hemos copiado. Como casi siempre.
¿Cuándo fue la última vez que alguien dijo: ‘No estoy haciendo gran cosa’? Si lo dice, tendemos a pensar que es un perdedor. La gente no tiene que estar tan ocupada pero estarlo se ha convertido en un símbolo de estatus
Este, al menos, es el punto de partida de Brigid Schulte en su reciente libro Overwhelmed: work, love and play when no one has time (traducible como Abrumados: trabajo, amor y juegos cuando nadie tiene tiempo). La autora, del Washington Post, vio que cada vez más sus compañeras no tenían tiempo para nada. Fue entonces cuando se puso a investigar por qué y cómo ha cambiado nuestra sociedad para que algo fundamental como los momentos de ocio hayan sido dilapidados por la vorágine laboral y familiar. Y no es un fenómeno solo femenino (vale que las cargas familiares suelen recaer más en las mujeres) o de padres (ha recopilado estudios que indican que ahora pasan más tiempo con sus hijos –ellos y ellas– que en los años sesenta y sesenta–llamativo porque ellas mayoritariamente eran amas de casa– quizás por esa sensación de compensar el tiempo de trabajo). Tal y como escribe Schulte:
“Piensa en cómo nos hablamos:
–¿Cómo estás?
–Hasta arriba. ¿Tú?
–Tan liado que apenas puedo respirar.
¿Cuándo fue la última vez que alguien dijo: ‘No estoy haciendo gran cosa’? Si lo dice, tendemos a pensar que es un perdedor. Y particularmente en Estados Unidos donde muchas personas se definen a sí mismas por su trabajo, por lo que hacen, por lo mucho que hacen y por lo mucho que hacen más que tú. Un sociólogo, que estudia la forma en la que gastamos el tiempo, asegura que la gente no tiene que estar tan ocupada pero que esto se ha convertido en un símbolo de estatus. Quería entender si era cierto y por qué. Al principio pensé que era un fenómeno de las personas que viven en las grandes ciudades. Yo vivo en Washington DC y aquí todo el mundo es un adicto a un trabajo de primera categoría. Me preguntaba si sería diferente en la América rural, donde pensé que tal vez la vida sería algo más lenta”, le explica Schulte a ICON. Pero el resultado fue que no. Lo que la periodista encontró en Fargo (Dakota del Norte) fue la gente estaba también “casi compitiendo por estar ocupado”.
Las mujeres, la tecnología y los ochenta
Creamos ocupaciones cuando podemos no necesitarlas porque necesitamos encajar, mostrar que somos tan importantes y tan dignos como los demás
“Las ocupaciones en los Estados Unidos son reales. Las horas de trabajo para los trabajadores con educación universitaria han ido en aumento desde la década de los ochenta, mientras que los trabajadores en el extremo inferior del espectro socioeconómico han sufrido dificultades tratando de encontrar suficiente trabajo para llegar a fin de mes, teniendo que improvisar dos y tres puestos de trabajo. Al mismo tiempo, los salarios se han estancado y el coste de la vida ha seguido aumentando. El precio de la matrícula universitaria se ha disparado casi un 900% desde la década de 1980 y nadie, fuera del 1%, ha tenido un aumento de 900% en sus salarios”, cuenta la periodista y escritora.
A todo esto, prosigue, hay que sumar la incorporación de la mujer al mercado laboral, lo que ha provocado que las familias trabajen más horas y hagan más malabarismos para compaginar el trabajo remunerado y el no remunerado, y la crisis y la incertidumbre respecto al futuro de las familias. Además, añade, “EE UU tiene una cultura devota del trabajo. Creamos ocupaciones cuando podemos no necesitarlas porque necesitamos encajar, mostrar que somos tan importantes y tan dignos como los demás. En otros países diversos estudios muestran una creciente presión del tiempo, que no hay tiempo suficiente en el día. Y parte de eso se debe a que las culturas laborales y políticas de todo el mundo todavía tienen que ponerse al día con la realidad de las familias trabajadoras. Recompensar a los trabajadores que llegan temprano, a los que se quedan hasta tarde y comen en sus mesas como si eso los hiciera los mejores trabajadores, incluso cuando la ciencia ha demostrado que el rendimiento no tiene porque ser necesariamente real. Un escritor lo dijo mejor: A menudo esperamos trabajar como si no tuviéramos familias y tenemos familias como si no trabajáramos”.
El otro por qué llega con la tecnología. Un arma de doble filo, define Schulte, porque “Nos ha dado libertad para trabajar de una manera nueva pero, al mismo tiempo, el flujo de información, la atracción adictiva del email y las redes sociales, y la incapacidad de apagar el trabajo puede hacernos sentir constantemente bajo presión y sin tiempo”. Pero, señala la escritora, hay tres grandes culpables: Nuestros empleos, nuestras expectativas y nosotros mismos. “El estrés y el agobio proviene de la incapacidad de predecir y de la incapacidad de controlar. A menudo estamos ciegos ante la realidad de nuestra situación en lugar de reaccionar. Los seres humanos están programados para conformarse. Somos criaturas sociales y así es como sobrevivimos y evolucionamos. Pero tenemos que preguntarnos si realmente queremos ajustarnos a estas presiones que están chupando todo nuestro tiempo y acaban con nuestra energía”.
¿Qué será del ocio?
El ocio está en peligro. Lo vemos como algo tonto. Vemos lo que queremos y luego empezamos a alardear de que estamos demasiado ocupados como para dedicarnos a ello
¿Está en peligro el tiempo libre? En EE UU sí, responde categórica. “Se ve como algo tonto, sin importancia, improductivo e incluso estúpido. Vemos lo que queremos y luego empezamos a alardear de que estamos demasiado ocupados como para dedicarnos a ello”, señala. Los hábitos de ocio en su país, prosigue, han pasado de comercializar productos como una semana de aventuras para pasar a ser de un fin de semana, de un par de horas. “Las campañas están dirigidas a tratar de conseguir que la gente salga a la calle unos minutos a la hora del almuerzo”. Algo que contrasta con el siglo pasado cuando el estatus lo daba la cantidad de tiempo libre: “Bill Gates se jactaba de cómo dormía debajo de su escritorio y abandonó el golf porque estaba trabajando todo el tiempo. Y ahora todos estamos tratando de seguir su ejemplo”, ejemplifica Schulte.
Sin embargo, dice, por este lado del charco aún hay esperanza. “Hay países como España donde se ha mantenido el valor del ocio. Allí hay gente que trata de proteger la cultura de tomarse tiempo para descansar y recargar en lugar de estar trabajando todo el tiempo”, explica. “O Dinamarca, que ha hecho de la felicidad, el ocio y el bienestar sus metas nacionales. Muchos países europeos tienen políticas que garantizan largos periodos de vacaciones pagadas. Eso en EE UU no existe”.
(Hay países como España donde se ha mantenido el valor del ocio y la cultura de tomarse tiempo para descansar y recargar. O Dinamarca, donde la felicidad, el ocio y el bienestar son metas nacionales)
Una realidad, cuenta, que conoció al encontrarse con una mujer estadounidense que había vivido y trabajado en España varios años antes de volver a EE UU. “Me dijo que cuando vivía en España se sentía más a gusto cuando tenía tiempo libre. Ella fue capaz de relajarse y disfrutar de sí misma. Pero que una vez que regresó a Estados Unidos si no tenía su agenda llena de cosas cada minuto, como todo el mundo hace, se sentía ansiosa. Ella también sintió incluso que en su tiempo libre tenía que estar haciendo algo que valiera la pena, aprender algo, hacer ejercicio, mejorarse… Es lo que los investigadores llaman ocio “intencional”. Lo pasaba mal dejando que el día pasara. Eso es común aquí, es un sentimiento que entiendo. Y creo que nos estamos perdiendo el dejar que la vida se desarrolle en todos sus misterios y la belleza del momento normal por estar siempre sintiendo que cada momento tiene que estar programado y ser útil”.
(Bill Gates se jactaba de cómo dormía debajo de su escritorio y cómo dejó el golf porque estaba trabajando todo el tiempo y ahora todos estamos tratando de seguir su ejemplo)
Las soluciones
Parar, frenar y reflexionar sería un primer paso sin duda. En su libro, Brigid Schulte funde investigaciones y anécdotas para más que un mero libro de autoayuda, radiografiar nuestra vida cotidiana. “La solución requiere dos líneas de acción: el cambio social y el cambio individual. Y en ambos frentes, sostengo en mi libro, tenemos que rediseñar el trabajo, reimaginar nuestras relaciones en el hogar y recuperar el valor del ocio” porque, agrega, nuestra civilización se ha creado en los momentos de ocio. “La rueda, el arte, la filosofía, la política, la creatividad, la innovación, el pensamiento para resolver problemas viejos con nuevas maneras… Todo surge cuando no estamos corriendo como locos en la rueda de hámster o tenemos nuestras narices presionadas contra la pantalla del ordenador. Eso viene en los descansos, cuando soñamos despiertos, en el ocio. Cuando estamos en reposo, nuestros cerebros son en realidad más activos”, afirma.
Por esos sus consejos van en tres direcciones. En el trabajo son los líderes (aquellos a los que emulamos, dice) los que deben dar ejemplo y “tienen que repensar la forma en que trabajamos”; en el amor hay que desterrar los prejuicios de estatus laboral y compartir la carga familiar; y en el juego y el ocio como base para sentirse mejor. Es lo que nos hace humanos, garantiza. “Piensa que la lista de tareas seguirá creciendo hasta el día de tu muerte . Nunca vas a llegar al final de la lista de tareas pendientes. Así que hay que darle la vuelta y poner la alegría en primer lugar, el resto después”. Esa es la clave, pero no hay receta mágica sobre cómo hacerlo aunque la periodista nos da algunas recetas en su libro aunque ¿realmente tenemos tiempo para leerlo?
http://elpais.com/elpais/2014/04/09/icon/1397055895_587211.html